miércoles, 3 de octubre de 2012

Caminando en los zapatos del artista contemporáneo


Vincent Van Gogh - "Par de botas". 1886.


Ayer, en un curso de correlatos entre Pintura y Filosofía que estoy tomando, salió el tema, general por lo demás, del arte contemporáneo. Para poner en contexto, se estaba analizando una pintura de zapatos de Van Gogh, la cual ha sido objeto de una “pelea” entre Heidegger y Schapiro (o más bien de un ataque de Schapiro hacia Heidegger), y en ese momento lo que veíamos era cómo Derrida toma este “debate” y abre el juego de la deconstrucción a partir de esa obra. La profesora tuvo la idea de, a continuación, mostrarnos una serie de obras contemporáneas que tienen como modelo a los zapatos, lo que decantó, en última instancia, en llegar a la “obra” de Carlos Herrera, “Autorretrato sobre mi muerte”, ganadora del Premio Petrobrás 2011.

Carlos Herrera - "Autorretrato sobre mi muerte". 2011.

Ante la imagen de esta puesta en escena, se abrió la conversación, esperablemente polémica. Vale decir que como artista, me encuentro como una presencia un tanto exógena en este grupo humano que compone el curso; la mayoría de la gente que asiste es mucho mayor que yo y su interés en el arte pasa más bien por la historia del arte y la reflexión teórica aficionada. Es interesante entonces, ver cuál es la percepción de un público que no se vincula con la institución Arte desde el lugar de un profesional, y que a su vez no es un “inexperto” o “ignorante” del arte.

La obra de Herrera causa, según mi tanteo, emociones que van desde el asco hasta la risa, pasando por la indignación. Mis compañeros se preguntan entonces, como nos preguntamos todos en algún momento (y de vez en cuando nos re-preguntamos), de qué depende lo que se designa como “arte”.

La ficha que a uno más o menos le termina cayendo en algún momento, es la de la cruda verdad: la producción artística se sostiene en el tiempo gracias a un sistema de legitimación, difusión y circulación, que responde a intereses principalmente económicos. La producción cultural decanta, en el mejor de los casos, en significados profundos de orden ontológico, que sostienen o cambian cierta visión de la realidad y principalmente el gusto; pero como se dice más lisa y llanamente: lo que hace girar al mundo (en este caso, al mundo del arte) es el dinero.

¿Qué pasa con los artistas cuando se encuentran con esta realidad? ¿Y con el resto de la gente? ¿El arte contemporáneo nos tiene que gustar? ¿Y si no nos gusta en general, o no nos interesa, estamos “afuera”? ¿Está mal que no nos guste?

Estas cosas, y otras por el estilo,  me las pregunté muchas veces. Son preguntas que considero válidas para cualquiera que desee hacer del arte una profesión. Y mi respuesta terminó siendo: en primer lugar, conocer no es equivalente a aceptar ni a desarrollar el gusto por lo que se conoce; pero conocer es necesario. En segundo lugar, si mi interés en el arte reside en una necesidad profunda de hacer, desde el contacto con el material y la técnica, y al margen de toda teorización este es el principio y el fin de la razón por la cual yo produzco, el ingreso a un sistema de legitimación de mi obra (sistema que por lo demás es arbitrario y móvil), que se mueve de acuerdo a un principio económico, está más allá de mí, es azaroso, y en definitiva es totalmente secundario a mi interés y necesidad inicial/final.

Considero que en un momento en el que el arte transita (o cae, porque a veces pareciera que cae) por tantos rumbos diversos, momento que a veces es realmente imposible de interpretar o de llegar a comprender, momento en que los mismos artistas están/estamos preguntándonos qué hacer, cómo hacer,  es imperativo  ante todo pensar en el por qué hacemos lo que hacemos, y una vez que encontramos esa razón profunda, seguirla con convicción, sin importar adónde nos lleve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario