jueves, 14 de mayo de 2015

Sal (II)

La playa parece ser uno de los afrodisíacos más utilizados en las estrategias de venta de todo tipo de paquetes vacacionales; en las novelas (en las malas, principalmente), y en todo tipo de productos culturales malos de los 80's en adelante (no se me viene a la cabeza nada ahora, pero estoy segura de esto).
Sin embargo, ¿es realmente así? ¿Es el mar, la playa,  ese lugar arquetípico donde reside el amor?

En mi experiencia personal, puedo asociar algunos romances a esta geografía.
Pero romance no es amor. Entendámoslo de una vez.

Puedo asociar, sin embargo, otras felicidades: ver a mi abuela con sus más de 80 años acercarse al mar después de varios años, pasito a pasito, hace no mucho. El viaje de egresados con mis compañeros de la secundaria, una de las vacaciones más extrañas (por lo normales) y felices de mi vida; jugar a la pelota-paleta con una gran amiga que perdí, jugar hasta literalmente romper las pelotas. Cosas así.

Sin embargo, en mi experiencia, la mayoría de esa infinitud de las playas y sus mares desbordados de horizonte me remiten a grandes soledades o grandes amarguras: el hastío y el frío de un día de abril, la traición de un amor que cuidé tanto, y que fue mentira, al final; la pérdida de alguien querido. La soledad.
Si tengo que pensarme de alguna manera ante ese paisaje, es personificando al monje del cuadro de Friedrich. ¿Lo ubican? Algo como eso entonces.

Vivo en una zona de playa, y  a pesar de ser la envidia de muchos de mis amigos, casi no voy. ¿Por qué? Si lo tengo que interpretar, creo que es porque -simplemente- la playa me pone demasiado triste.

Supongo que, así como una vez entendí que las personas son lugares - los lugares también pueden ser personas.

¿Podré algún día volver a vivir en una zona de playa, sin estar tan triste? ¿Podré volver a ser feliz en la playa? Eso espero. El mar me gusta tanto, pero tanto, que esperaré con ansias ese momento. Mientras tanto, en la medida en que siga acá, tal vez siga siendo como el monje en el cuadro de Friedrich. Pero - eso sí- siempre mirando al horizonte, a ver qué trae para mí.







domingo, 3 de mayo de 2015

Nunca otra

La distancia,
las pérdidas irreparables,
los grandes errores,
el inmenso dolor que provoca vivir;

La soledad, la desesperación,
el desamor,
el abandono;

Los largos silencios,
la falta de sentido,
la amargura de los fracasos;

La carencia,
el hastío de la rutina,
el aburrimiento;

La falta de esperanza,
el derrumbe de los sueños por los que tanto luchamos;

El corazón roto,
la estupidez,
la ignorancia,
la tristeza infinita;

No harán nunca
que yo quiera cambiar esta vida mía,
que vivo y que me he ganado,
por ninguna otra.