Yo puedo habitar muchos espacios.
Muchos lugares pueden ser una casa.
Sin embargo, el hogar es otra cosa. Pienso en un hogar, en una morada, como un
espacio con el que me conecto de manera afectiva. Tengo un lazo con él, me unen
recuerdos, objetos, experiencias. El Hogar se presenta como un espacio que
condensa sentido ontológico, como espacio con el que se establecen relaciones
profundas y complejas. Los espacios amados son los espacios
habitados, dice Bachelard; pero, ¿qué tipo de espacios?
En lo que llevo de vida, habité
decenas de lugares: departamentos, habitaciones, sillones, galpones. Por azar o
por elección, siempre estuve de alguna manera on the road. La mayoría de las veces, no me sentí en casa; los
últimos años, principalmente, fueron los de mayor movimiento. Sin darme cuenta,
me encontraba una mañana pensando: “¿Dónde después?”, evidenciando de esta
manera la precariedad de mi morar.
Al momento de repensar las
cualidades de un habitar que construye y condensa significado, fui imaginando -
lentamente y de acuerdo a varias lecturas muy influyentes - cuatro espacios con
al menos una cualidad específica y distinta a las demás: la raíz (el origen),
el nido (la construcción), el refugio (dialéctica interior-exterior) y el
espejo (espacio reflejo, concentrado en sí). Esta separación es con fines de orden estético
y visual. El Hogar puede concentrar, de manera profunda, dinámica y por tanto
compleja, varias sino todas las cualidades que
aquí enuncio separadamente.
En próximas entregas iré
profundizando sobre cada espacio imaginado. Por el momento deseo concluir con una
afirmación más acerca de este tema que abordo, y es que la condición del
migrante es lo que, personalmente, me ha empujado a la reflexión acerca de qué
es el hogar y cuáles son las cualidades de este habitar afectivo. Por lo tanto,
es esta precariedad en la situación de constante migración la que se
corresponde en mi caso, con este interés por el espacio amado.
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