jueves, 30 de julio de 2015

Sociedad de Fomento

Aún soy esa niña
que se trepa a lo más alto de ese parapeto
y observa, fascinada,
a las personitas bailar
en el frío de una tarde.



A mi abuelo Salvador.
A mi mamá, que también es esa niña.





2 comentarios:

  1. gracias!!! Ahora te cuento qué era lo que más me gustaba de la terraza de los abuelos:

    LA GRAN CIUDAD

    En una casa de dos plantas del barrio de Mataderos una niña de unos ocho años escala hacia la parte más alta. Lo hace con cuidado, en silencio, tratando de pasar inadvertida a los habitantes de la casa. ¡Flor de tunda será su premio si la descubren! Ya lo sabe, lo sabe por experiencia, de esas que no se olvidan pero que sin embargo no logran disuadirla de repetir la aventura, uno, dos, tres, todos los días.
    La descubrieron un día gracias a Lobo, perro taimado y desobediente, que empezó su sarta de lamentos y ladridos alertando a su madre. Ya no. Le llevó meses adiestrarlo, conseguir que la esperara sentado, apostado en un rellano, firme y vigilante como patricio de la casa rosada, hasta que ella concluyera con su observación extática.
    Con los gatos es diferente. A ellos más que el cuidado y el amor los mueve la curiosidad casi tanto como a ella, y además, nada les impide apostarse allí arriba en silenciosa compañía.
    La nena no hace nada. Se sienta en su mirador a observar cómo los colores del cielo se funden en la oscuridad. Lento, muy lento al principio, pero tan rápido que no te das cuenta cómo de repente todo está oscuro y medusa abre sus mil ojos brillantes allá en el horizonte, encantándola. Argos desde el Olimpo hace refulgir los suyos en actitud expectante. A veces parece llamarla, ya que ella alza su mirada y trata de encontrar la cruz del sur. La verdad es que ella ya sabe dónde está, pero adopta esa actitud de niña por descubrir que le abrillanta los ojos y le llena de agua la boca más que un pretencioso alfajor de chocolate.
    Sabe que el proceso es el mismo pero diferente cada vez, y ella está pendiente de esas diferencias. Piensa, sueña, vuela sobre la gran ciudad… la imagina brillante y enigmática, besada una y otra vez por las aguas amarronadas. Palpitante y llena de vida como una yegua salvaje que corcovea y se encabrita para desasirse de sus amarras y liberarse al fin, tan libre como libre pretende ser su descendencia.
    Mágica y feroz, así la imagina. La batalla de los ángeles que la pretenden y se la disputan mientras duerme, no la inmuta, por el contrario. Ella, la gran ciudad, sabe que cuando abra sus ojos los convertirá en piedra…

    Liliana Bianco

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